Friday, August 12, 2011

VII- Dirimiteo.


Dirimiteo exprimía naranjas en la cocina para el desayuno cuando escuchó el timbre y se sobresaltó. Bebió de un sorbo el jugo que se había procurado hasta el momento, con tal prisa que lo derramó mentón abajo, avanzando hasta casi el cuello, donde fue interferido por el revés de su mano, que lo lanzó contra el piso a pura inercia, deteniéndose en seco luego de una breve sacudida. Las gotas, desesperadas del susto por la vertiginosa caída, murieron de insuficiencia cardíaca antes incluso de poder emitir sonido alguno, estrellándose finalmente contra el piso duro, deshaciéndose en varias gotitas que constituían una pequeñísima salpicada y que tuvieron igual suerte que las anteriores.
Con la mano ligeramente pegoteada, se apresuró a cerrar la cortina que disimulaba la cocina, separándola del comedor, no del todo, pues seguían compartiendo el olor; amontonó todo lo que tenía sobre la mesa (papeles, revistas, papelillos, restos de marihuana, monedas, un encendedor) y los disimuló en una atiborrada biblioteca que parecía temblar destartalándose.
- ¡¡¡YA VA!!!! – gritó, para asegurarse que quién había tocado esperaría un minuto más, minuto que utilizó para mirarse al espejo y comprobar que se había pelado, cosa que no recordaba, y se había también rasurado la barba que hasta ayer - o antes de ayer, tampoco recordaba- le llegaba hasta la mitad del pecho e impedía el paso del jugo al cuello, adquiriendo un color ligeramente anaranjado y evitando a la mano la molestia de ensuciarse.
Apenas se reconocía, parecía diez años más joven que la vez anterior en que recordaba haberse mirado (aunque no sabía precisar qué edad tenía en ese entonces), cuestión que encontró harto curiosa, teniendo en cuenta que estaba días más viejo y que resolvió adjudicarle a su inesperado cambio de look.
No podía demorarse más, alguien había tocado su timbre, no sabía quién ni con qué propósito, y eso lo asustaba. Se apresuró en sacar las trabas y abrió con una sonrisa amarilla.
En la puerta, con la cabeza ladeada, La Señora esperaba mucho más pelo, razón por la cual deshizo su prefabricada sonrisa en una clara expresión de sorpresa que derivó en confusión y provocó un “disculpe, debo haberme equivocado”.
Dirimiteo entendió enseguida que era a él a quién buscaba aunque no quería reconocerlo y manteniendo su gesto de bienvenida, hizo un movimiento con su mano, invitándola a pasar.
“Seguro se ha equivocado, Señora. Pero aquí está, y yo soy Dirimiteo” agregó.

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