Saturday, May 7, 2011

IV- Telmo

En 1948, Theolmo Bacosu tenía diez años y disfrutaba tendido en un campo en Ruanda, del que su padre era señor feudal, pensando en una ubre enorme. Sonreía imaginando su lengua recorriendo la rugosidad de los gigantescos pezones de su hermosamente bien dotada vaca favorita. Le recorría un escalofrío gozoso el cuerpo entero cuando, en su fantasía, profería tan salvaje succión a las tetotas de la vaca, que extraíale gotas de espesa leche mamaria. Luego se quedaba dormido, previo eructo, satisfecho a medias por su despliegue imaginativo y a medias por el dedo pulgar de su mano derecha descansando entero en su boca.

Dos años más tarde, pubertad de por medio, sus testículos, más potentes que potencia, exigían algo más que una virga ensoñación. La alucinación servía entonces, ya no para saciarse, sino apenas para figurarse, aproximadamente, como descargar sus impulsos sexuales y sociales.

Es así como, en el momento en que en su mente, con el incansable deseo de siempre, llegó a beber el néctar lácteo bovino, su cuerpo no respondió con una merma homeostática, sino que salió disparado al corral de vacas[1], a conquistar a su reina.

Llegando al lugar, se anunció lo que vería, con mugidos alocados de difícil intelección. Jamás se imaginó Theolmo que encontraría en el centro de la escena, delimitada por nueve vacas en círculo y deseosas de que les llegara su turno, a un toro de quinientos macizos kilogramos cargando con toda su potencia contra su res amada.

Desencajado de ira, desbocado y más sediento que nunca, Theolmo se abalanzó hacia el cuello del toro y de una mordida penetró su sistema sanguíneo, vaciándolo de un solo sorbo.

Aún colérico, sacó el cuchillo que siempre llevaba en su cintura para usar ante la necesidad de resolver conflictos, y sin hacer caso a los ojos suplicantes de la atemorizada amante, enterró el puñal y medio brazo en su lomo, alcanzando su corazón. La vaca, con el órgano maestro rasgado al medio, se deshizo en un último suspiro sanguinolento, acto que Theolmo interpretó como un orgasmo, justificando en su confundida cabeza la realización de sus tendencias sádicas. Empezaba a constituirse ese día, en ese preciso momento, el núcleo básico de una psicopatía que jamás de desarrollaría.

El territorio de Ruanda estaba, en un principio, felizmente habitado por los Twa, un pueblo pigmeo cazador-recolector, soberano de las tierras con la que convivía armoniosamente. Alrededor del siglo XI, recibieron (no sé si de buena o mala gana) a los agricultores Hutus, con quienes habrían compartido de manera más o menos pacífica las tierras y las hermanas. Uno o dos siglos después llegarían los granjeros Tutsis, la pieza que faltaba en la tríada caza-agricultura-ganadería. Todo parecía en perfecto equilibrio. ¿Cómo iban a saber los Hutus, agricultores de buena fe, que los tutsis resultarían ser el lobo de Ruanda? A partir del siglo XVI, los desagradecidos últimos llegados iniciarían ofensivas militares en contra de los Hutus (que eran el noventa y cinco por ciento de la población), reduciendo a sus príncipes a intimidantes genitales cortados y a toda la población a la esclavitud.

Los nuevos señores feudales Tutsis anduvieron mandoneando tranquilos hasta que, luego de la segunda guerra mundial, Bélgica pasaría a dominar el territorio (creo que con ayuda de la ONU). Los flamantes colonos belgas no solo legitimarían la diferencia de clase y discriminación clasista entre Hutus y Tutsis, sino que pasarían a considerar a todo Tutsi con menos de diez vacas, un Hutu, obligándolo a trabajo forzado. Los twa tranquis, casi Tutsis.

La desangrada víctima del violento amor de Theolmo, era, contando con los dedos, importantísima para completar las dos manos. Las consecuencias del sentimiento no correspondido, luego transmudado en odio y así, finalmente, correspondido, eran para el padre del ejecutor, nefastas. Apenas Theolmo le confesó el crímen, su estructura se desmoronó de manera tan aplastante, que no imaginó que solo un segundo después encontraría entre los escombros la solución que la restituiría.

Había, a kilómetros del campo, un pequeño pueblo improvisado en el que se vendían, a quienes estaban de paso, vacas y jóvenes esclavos, entre otros animalitos.

Así fue como Theolmo fue canjeado por su propio padre, mano a mano, por una vaca lechera de doscientoscuarenta kilogramos. Quién lo recibía apetitoso para llevárselo a su quinta era el doctor Ramadeo De la Hostia, padre y médico de cabecera de Luis Mejunje.

Cincuenta años después, avejentado y encorvado, Theolmo contribuyo, a base de pastillas vasodilatadoras, en el embarazo de una críada. Lo hizo obligado por su dueño, quién sabiendo que poco le quedaba de vida, necesitaba asegurarse la continuación de esa especie tan dócil y resistente al maltrato que había importado de África. El viejo Theolmo murió en el exacto momento del orgasmo, recordando a su eterno amor vacuno, y dejando en el vientre de su representante carnal, el principio de un Telmo hijo de nadie.



[1]Corral de vacas (según la Real Academia Española y confirmado por el corral al que se dirigió Theolmo): Paraje destartalado, desordenado y sucio.