Monday, September 13, 2010

El hombre dormido

Sucede en un parque gigante y arbolado. El sol suave hace radiante el verde primaveral de todas partes. Hay algo de viento entre las cosas y mariposas revoloteando, solcito, olor a flores, en suma, un día “de la puta madre”.

Con la espalda recostada sobre un árbol, la cara cubierta por un gorro de pescador, las piernas tendidas en el acolchonado césped y cruzadas llegando a los pies, un hombre sueña.

El árbol inhala, respira lo que el CO2 trae del murmullo de la ciudad. Exhala. Susurra frases repetidamente en el despierto oído del dormido dormilón. “El tiempo es oro” desliza con voz ancestral. “Barato” corea el viento imperceptible.

Pasa Brisa majestuosa y con ella un sonido de hojas atorbellinadas vuela ligeramente hacia arriba.

El hombre despierta, no todo descansado. Se incorpora de un salto y mira el reloj. Sale corriendo a gran velocidad en picada por una loma, llega tarde a trabajar.

Sunday, September 5, 2010

Aparición

Si me tomé este tiempo antes de compartir esto fue simplemente porque quise librar mi recuerdo a los retoques estéticos que entre el reloj y mi insuficiencia mnémica se encargarían de hacer.
En aquel entonces, mi escaso interés por el mundo hizo que reaccione con indiferencia a la aparición del ángel en medio de uno de mis solitarios paseos de melancolía nocturna.
“Estás muy solo, triste, acá, en este mundo abandonado” me dijo con voz de ogro, intentando emular el ritmo de “la balsa”.
“Vaya novedad” respondí abúlico, lo que aparentemente enfureció al fenómeno, que arremetió transparente en mi pecho, me violentó el alma que se inflamó y tomó el control de mi gelatinosa humanidad por un instante.
Algo ardió dentro de eso que había sido, entre las cenizas negras y la arena.
Por la oreja sentí una brisa acompañada del caer de una gota fría. Era sangre, podía olerla. El ángel se había corporizado nuevamente. Estaba detrás de mi, sentado, comiendo concentrado y voraz la mugre de sus uñas. Mugre fresca, recién arrancada.
“¿Qué me hiciste?” Pregunté, esta vez con énfasis. Me escuché raro, hacía tiempo mi tono no me dejaba salir.
“¿Qué me hiciste?” canturreó burlón, y se deshizo destello al final de la calle.
Mucho cambió en ese encuentro. Algo se llevó entre sus garras el ángel, algo muerto si mal no imagino el olor. Algo dejó, al final de la calle, esperando ser alumbrado por mi sombra intemporal.

Friday, September 3, 2010

Jesús Tiburón

Silencio a chapoteo de agua. Una gaviota cruzaba volando. Había seguido el barco hasta la altísima mar desde la costa. La imposibilidad estética del ave, habría desencadenado una serie de factores que la habrían llevado a tomar por embarcación de pesca al excelentísimo y refinado yate del doctor Jesús Tiburcio.
Haciendo caso omiso a sus cotidianas intervenciones de prevención primaria pre-estivales, el doctor en su comodísima reposera, disfrutaba sin protección de los influjos del sol (la brisa era fresca y suficiente para acallar el discurso de los rayos UV).
Ante los cerrados ojos de Tiburcio, acontecía una invasión del progresivamente menos despejado cielo, por parte de nubes grises relampagueantes. Invasión rápida aunque sigilosa, que comenzó desde los infinitos bordes y avanzó hacia el sol desde todo su alrededor hasta taparlo. Solo en ese momento y a causa de la disminución en la intensidad del astro, Jesús abrió los ojos para ver el cielo convertido en demonio y la brisa en agitado ventarrón.
Luego de tratar de putísima a la madre, el doctor se encerró en el interior del yate, a fines de evitar la lluvia que comenzaba a caer de a gotas gordas. El mar empezó a agitarse, despertando y enloqueciendo de furia ante la dulce arremetida de la tormenta que acababa de desatarse.
Un golpe sacó al Doctor del ensueño Philips pantalla plana de 42 pulgadas. Un sonido de alarma indicó que pronto, prontísimo, su sofisticada embarcación se oxidaría en el fondo del mar.
Hasta el momento antes de hundirse, Tiburcio no dejó que se metan en su yate las violentas olas que lo agitaban, que mostraban al mar turbulento, salvaje, violento. Hacía equilibrio adentro, era sacudido de un lado a otro, chocando y derribando lo que hasta minutos antes de la tormenta había mantenido tan desprolijamente acomodado.
Intentó levantar algo que cayó, el barco lo empujó y lo derrumbó, y en su afán de sostenerse a como de lugar, apoyó las manos en el piso, cubierto de pedazos de otras cosas rotas. Se cortó, profundo y doloroso, y no quiso volver a intentar rescatar nada. “¡que se hagan mierda!”- gritó pensando - “o polvo, que tiene menos olor”. Se acercó agarrado de donde podía a la ventana “¡o barro!”, la deslizó hacia arriba, en un solo movimiento.
Con terror vió al agua entrar amistosamente, mezclarse con la arena de sus relojes rotos, que la volvió turbulenta, salvaje, violenta, pero que poco fue cuando el camarote se hizo mar, y Jesús tiburón se fue nadando.