Tuesday, January 25, 2011

III- De la Hostia

El doctor de la Hostia disfrutaba, como cada domingo, de una tarde de golf con familiares y colegas (a quienes siempre consideró familiares) en su quinta de fin de semana, lejos de la ciudad.

Mientras se contorneaba para hacer un golpe desde el tee, su madre preparaba canapés junto a Morenita, la empleada histórica, preciosa inmigrante en quien la bondad divina, creían los De la Hostia, se manifestaba a través de su sumisión y adaptabilidad a cualquier tipo de sueldo.

- Cuando vea que descarozamos las aceitunas con forma de estrellita, como a él le gustan, no va a poder disimular su sonrisita - suspiró impaciente Mamá, pensando equivocadamente en dientes brillantes y alineados.

Mientras tanto, su hijo fallaba por larguísimos metros el tiro, y reaccionaba a la frustración atacando a palazos a Telmo, el catorceañero y raquítico caddie, rasgando su pómulo. Al ver la sangre brotar, el doctor se abalanzó sobre el servidor derribándolo y, sentado sobre su pecho, comenzó a succionar del tajo. Luego de unos minutos, durante los cuales el joven caddie iba perdiendo el color, De la Hostia sacó del bolsillo de su saco un cartón en forma de canastita que contenía agujas e hilo, y en breves y rápidos movimientos, suturó la herida. Se levantó y, cuando su doblemente víctima se recuperó, le extendió una muestra gratis de analgésicos y una receta con las indicaciones para su ingesta.

- Hijito, dejá esas doctorosidades para otro momento, y vení a probar los bocaditos que te preparó mami. Tenés que estar sano y fuerte para la presentación del homonombri - llamó Mamá, con toda su maternidad.

- ¡Homo-nomini! ¡ENFERMA! – vociferó colérico, con odio amplificador, el doctor De la Hostia.

Mamá salió corriendo y se zambulló llorisqueando, con un contundente panzazo, en una laguna artificial olvidada, llena de larvas de mosquito.

El doctor y sus hermanos reían, entre canapéses y cin-zano con soda, del clavado de charco de la señora De la Hostia, mostrando restos de comida entre sus amarronados dientes.

Morenita atendía a Telmo, frotándole con una hoja de eucalipto sus testículos y untando con manteca y barro su herida. Técnica étnica infalible, prohibida y severamente penalizada en el recinto de la quinta, audazmente ejecutada en el momento preciso por la ninfa del infarto que Morenita sabía ser.

Todo era fin de semana. Una infección de la hostia comenzaba ahora en los oídos e intestinos de Mamá. Ni ella ni ninguno de los presentes podía verlo. El enemigo acechaba silencioso, tomaba sin bomba ni estruendo el cuartel maternal del general Luis Mejunje de la Hostia, doctor en doctorosidades.

1 comment: